BUSCANDO A MATILDE VARA DE ANGUITA
Detenida-desaparecida el 24 de julio de 1978 del Café Tortoni
 

Escritos > Palabras de Jorge Niosi

La figura de Matilde (mi prima Negra) está entre mis recuerdos más antiguos, entre los primeros que quedaron grabados en mi memoria hace más de cincuenta años. Su madre, Maria Fariña de Vara era una de las tres hijas de Avelino Fariña, mi abuelo, inmigrante español dueño del restaurante El Tropezón y de Emilia García, también española. Los abuelos Avelino y Emilia habían tenido diez hijos, entre ellos tres mujeres (María la madre de mi prima, Emilia, mi madre y Matilde, la hernana menor que no tuvo hijos). La complicidad de las tres hermanas Fariña era legendaria y esa amistad de las hermanas de algún modo se transfirió a sus descendientes. Los tres hijos de Maria Fariña y Enrique Vara, mis primos Matilde (la “Negra”), María y Enrique, eran visita muy regular en casa. En realidad a la muerte prematura de sus padres, mi madre quedó como tutora de ellos. Aún después de casados, los tres primos Vara estaban muy seguido en mi casa. Matilde, la Negra de mis recuerdos, llegaba frecuentemente con sus hijos, primero con Horacio, luego con Horacio y Eduardo, que recuerdo en los brazos de mi prima Matilde antes de que tuvieran un año.

La Negra era un mujer llena de vida, optimista y confiante de que todo futuro no podía ser más que mejor si se lo comparaba con el presente. Como sus hermanos, Matilde gustaba de desafiar la realidad, y más particularmente poner en duda los pensamientos a veces convencionales de mis mayores. Igual que su hermano Enrique, mi prima se hacía un placer en dar vuelta argumentos y causalidades, lo que me producía un gran placer de observador iconoclasta pasivo. Mucho más tarde, cuando yo era estudiante de la escuela secundaria y luego de la Universidad de Buenos Aires, al decir “mis primos” yo me referia a los Vara, y particularmente a Matilde, que nunca dejé de ver, y que siempre me apoyó en todo momento. Cuando me fuí a estudiar a Francia (en 1968) y luego me establecí en Canadá (en 1970) la distancia geográfica nos mantuvo físicamente lejos pero afectivamente cerca. Su desaparición cortó una de las cuerdas afectivas más importantes que podían impulsarme a volver a Argentina.

Casi una hermana, Matilde vive en mi memoria en una imagen fotográfica imborrable, donde se sonrie como un chico que viene de comerse un plato de golosinas sin que los adultos se enteren. Estoy seguro que acababa de decir algo que asombraba a mi madre y que me causaba gran placer.



     
 

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